-LeónGieco-

28 de marzo de 2011

Vuelta a la realidad

Lo quise, más que a nada en el mundo cuando me recordó lo libre que era, cuando sacó de su bolsillo un pincel para llenar de colores las paredes de mi corazón, cuando me explicó que reírse de uno mismo era el mejor comienzo para aceptar nuestros ridículos. Pero lo quise todavía más cuando vi a mi debilidad quebrarse frente a sus ojos (esos que al cerrarse ven manchas cual bacterias en su panorama) color verde árbol; sí, verde árbol, como aquel que me regaló en un cartón redondo, al igual que su tranquilidad, su paz, su serenidad y esas ganas de aprender a vivir de esa manera diferente pero a la vez sublime, esa que te llena el espíritu.

No sólo pareció, sino que todo fue sumamente perfecto; desde su sonrisa hasta los granos de arena quebrándose en las muelas; desde sus ojos hasta lo más profundo de su ser, porque en él pude sentir el placer del amor sincero, sin cumplidos. Me pregunté: ¿es posible enamorarse de manera tan fehaciente y conmovida, con ese gusto a larga espera, ansiedad, libertad y alegría que dejó en mi piel? Me respondí: todo es posible si se tiene la voluntad de hacerlo, y es la que me sobra para aprender a querer a ese ser tan puro y arrasador.

No necesité más alimento que una taza de infusión, porque tenía demasiada luz delante de mis ojos. Pero si necesité sonrisas cada vez que recordaba que detestaba las despedidas, para tener presente que su regreso sería real, que en un tiempo indefinido me encontraría aún sosegada por su esplendor, disfrutando de los placeres de la vida que me enseñó a vivir en tan solo un día.

Y encontré la razón de mi falta de concentración en sus dedos, que alguna vez supieron escribir que hay razones de una fuerza superior que se interponen a nuestras responsabilidades cotidianas, razones del alma que merecen un papel protagonista, un oído comprensivo y la liviandad de su goce.

Al grito de “¡bondi!” comencé a añorar la suave dulzura de sus besos, me sentí un niño aguardando por esa adultez que sabe que tardará en venir, pero que aun así vale la pena esperar. Y así fue como su tibio aroma se disipó en el aire pero no se fue de mis pulmones; como algo maravilloso que es certero recordar, como la perfección del vuelo de un colibrí, o el mar chocando sobre sí mismo, observándolo desde un médano que permite llenarse los ojos con todo su horizonte (que a veces parece montañoso) con el cielo arriba luciendo una nube solitaria con dirección indefinida, y un dulce charango regocijando nuestros cuatro oídos.

Desprendí sus caderas de las mías, mis sandalias de sus pies descalzos sobre el cemento todavía caliente por los destellos del sol de aquella tarde, mis manos cargadas de esperanza de su gloriosa espalda, y mis labios… Mis labios finos de los suyos aún más finos; mi sabor a café de su gusto mentolado…

Disfracé mi alma de coraje y me fui, rumbo a la vida que jamás soñé tener, sin quien hacía realidad todos mis sueños momentáneos, pero con el calor de sus latidos, aquellos que acompañando los míos me hicieron sentir con el cielo en las manos, como una dulce ave bailando al ritmo del agua que corre, al igual que lo hicieron sus manos sobre mis mejillas.

Tomé lápiz y papel para tratar de describir la grandeza de su fuerza, de su energía, y sobretodo de su alma con todo lo que de ella guardé; pero sólo encontré en mi mente unos pocos borradores arrugados, palabras baratas que ni a los talones sabían llegarle.

22 de marzo de 2011

Desamistad


No encontré a tu lado la libertad que necesitaba para sentirme feliz. No encontré en tus manos el calor que precisaba para pasar el invierno. Pero sí, sí encontré en unos libros de tapa blanda un par de sonrisas que me ayudaron a volver a ver el sol brillar. Hallé en sus ojos más de lo que creí poder llegar a encontrar.

Será por la admiración que te tengo que logro entender que no soy más que una copia barata de lo que vos querés ser. O será por mi ingenuidad que creí ser tu complemento, tu gran aliado y hasta el cofre en el cual guardabas tus secretos. Pero en fin, de lo que estoy segura, es de que te olvidaste de mí; te olvidaste de lo que te confié, olvidaste compartir un poco de amor conmigo, porque siempre hubo alguien mejor a quien dárselo, pensando que lo necesitaba más por cumplir un papel victimario que no le correspondía.

Cada vez que te veo sonreír, recuerdo que no me dejaste que sea yo quien llene de colores tus mejillas. Y cuando miro atrás, sé entender que no fui quien falló por darte menos de lo que merecías, sino que no recibí nada a cambio, y por eso me cansé de dar. Sé que no tenés ni una minima idea de lo que me está causando verte feliz a su lado, alegrándome por ello, pero marcándome que ya no formo parte de tus personas más cercanas, que ya no voy a volver a escuchar tus problemas, y que jamás voy a volver a ayudarte a resolverlos.

Sos mi incógnita, una de las tantas, pero creo que la que más me preocupa. Ni siquiera una hoja en blanco, sos un manchón de tinta que cayó por haber cargado mucho la pluma. Entiendo que si no merezco tu confianza es porque vos tampoco merecés la mía, y me alegra saber que cuando me necesitaste te acompañé a cada momento. Pero pareciera que te hubieras olvidado de quienes te dieron esos empujones revitalizadores. No sólo lo digo por mí, sino porque he escuchado lo mismo de quienes te acompañaron en ese momento tan difícil, y creo que el error no está en quienes dejaste atrás, sino en que NOS dejaste atrás.

Pero, ¿para qué seguir hurgando en espacios vacíos? Si es claro que nada voy a encontrar (–No, eso es lo que decis en tus días de lluvia. Aunque nunca viene mal cuestionarse por qué es que falló esta relación, no vaya a ser cosa que me dé cuenta tarde de que no pagué mi cuota, y se me venza el plazo.)

Espero que encuentres un buen alimento en aquellos que hacés llamar tus amigos, y que cumplan con lo que deben como no supimos hacerlo nosotras. Sí, también te extraño… Y también me duele saber que se nos desataron los nudos que nos mantenían firmemente tomadas. Pero así es la vida, te quita, te quita, te quita, y quizás algo te da. (-No, ¿qué hacés diciendo eso? Es porque estás nostálgica, pero bien sabés que la vida no te da lo que querés, sino las herramientas para que puedas encontrar la mejor manera de estar bien, porque hay miles de razones que nos impulsan a levantarnos cada día de la cama.)

…Y yo que creía que el desamor podía ser más cruel que la desamistad.

21 de marzo de 2011

De baldosas y placas de cemento

Ir mirando, perspicaces. Eso necesitamos.

Caminando por la calle veo que me es imposible pisar una baldosa de lleno. Sí, seré una traumada de mierda, pero necesito pisar entre sus líneas. Cuando son más grandes, agrando los pasos, y cuando son más chicas, intento que coincidan con mi paso normal, a veces tambaleándome de un lado a otro de la vereda, quizás teniendo que chocar a quien viene de frente o quien camina a mi lado. Pero no me importa, porque yo quiero pisar entre ellas. ¡Me perturban tanto los suelos lisos de cemento! ¿Por qué debería yo pisar una sola placa? ¿Para sentir la inseguridad a flor de piel? ¿O me lo hacen a propósito? Digo, no creo ser la única enferma que demuestre en sus hechos cotidianos lo que aprendió de los errores de los demás, ni la única que necesite manifestar sus miedos, o que no los pueda ocultar.

Parecerá muy estúpido, pero es irritante tener que estar tan alerta. Ahora resulta que no puedo andar por la calle despreocupada porque se me acercan estas indecisiones. ¿Qué hago? ¿Finjo estar pisando firme sobre sólo una de ellas, tapándome los ojos, mirando al cielo o hacia delante, para no ver lo que estoy haciendo? ¿O miro las baldosas con ojos fervorosos y las desafío a tener más equilibrio que el que pueden proporcionarme?

Todo esto se debe a que aprendí con los pocos años que llevo sobre esta inmensa y admirable masa que solemos llamar Tierra, que para tener un terreno más firme, no hay que confiar nuestras ener

gías en una sola persona, porque si esa persona nos falla, estamos fritos, nuestro mundo, el que creíamos eterno, se hace pedazos; y esos pedazos, por más que se reconstruyan, nunca vuelven a hacer el entero, porque alguna pieza siempre queda debajo de la alfombra. Y no hay que pisar una sola baldosa, las juntas incluyen a dos, tres o hasta cuatro de ellas, de manera que si una quiere absorbernos, tenemos otros puntos de apoyo, y así hay menos posibilidades de caer. Aunque están, siempre están, pero en menor medida, para que podamos saltar y correr por lo menos.

Pero en verdad, vuelvo a lo mismo, me molestan las placas de cemento, al igual que las calles sin brea. ¿A quién se le ocurre una calle con líneas de brea tan separadas? ¿Y los edificios? ¿Quién los inventó? ¿Debo odiar a mi padre por estar de alguna manera apoyando ese tipo de construcciones siendo arquitecto o viviendo en uno de ellos? No sé si es para tanto, pero me perturban bastante. Porque pareciera que fuera a propósito, justo los vienen a poner en donde me tapan la luna. Y para verla deslumbrar, para verla rodar tengo que esquivarlos. Si me dijeras que esquivo árboles, todo bien, pero ¡¿edificios!? Como si tuvieran prioridad, ¿o acaso no entienden que ella llegó antes y tiene derecho de piso? Pero todo eso es el sistema en el que vivo y con el que convivo todos los días, lamentablemente. Debo andar esquivando las voluntades de las masas, al igual que las baldosas y las placas de cemento. Realmente me fastidia y perturba.

Y nunca falta alguna piedrita que nos complica la existencia posándose donde uno necesita poner el pie para no caer. Si las juntas siguen huyendo de mí, creo que debería empezar a ocuparme de caminar sin importante, sin ser presa de mis miedos y mis disconformidades con los arquitectos municipales; como si de verdad sintiera esa libertad en mis pies.